Y llegó el día del concierto. Empieza la mañana y termino de ordenar las cosas para –al contrario de otras ocasiones- llegar temprano al evento: cancelar cita con mi sicóloga, confirmarle a mi jefe que trabajaré hasta la una de la tarde. Tengo un lugar seguro en donde siempre guardo entradas, pasajes, documentos u otros papeles importantes. Y si bien tengo la seguridad que ahí están, de tanto en tanto reviso para confirmar que no he perdido lo imperdible. Vuelvo a ver si tengo la entrada en mi lugar seguro, y ahí está. Nunca había comprado una con tanta anticipación.
El grupo de gente que asistirá conmigo es algo numeroso: mi hermano y cuatro amigos, dos suyos, dos míos. Todos se han animado recién el lunes, y obviamente no tienen entradas. Las compraré vía web y que me las lleven a la oficina. Pero la página de TuEntrada no me las quiere vender. Imagino que por la cercanía al show. El asunto es que ya no se pueden comprar las entradas por este medio. “En fin, el mismo martes a primera hora voy y ya”, me dije. Sin embargo, no hay, “están agotadas”, me dice la señorita de Plaza Vea, ofreciéndome otras a 92 soles. Busco seis entradas y no hay una sola. Solo queda ir a comprarlas antes del concierto. Bueno, no es la primera vez que lo hago. Además, tengo tiempo para ir temprano, así que tranquilo. Y siendo un poco egoísta me digo que al final de cuentas los que se demoraron en decidir ir al concierto fueron ellos, yo ya tengo mi ticket. Pienso un poco más y hasta imagino que tal vez las consigan a mejor precio, grrrr, reniego.
Regresando al martes, tres de la tarde buscando un polo negro para usar, y caigo en la cuenta que no tengo uno solo. Salí al Plaza Vea que tengo a dos cuadras de casa, y solo había uno, aunque la leyenda era algo graciosa: "Quiero ser fiel pero el destino me lo impide". Tres y media y ya estaba listo, a llamar a todos para coordinar. Coordinado. Seis de la tarde en las afueras de Radio Nacional. Bastante más puntuales de lo que esperaba, fueron llegando uno por uno. Los revendedores todavía se hacían los difíciles: compran, no venden. El ambiente de fiesta era increíble: hartos polos a quince soles, latas de cerveza a tres por diez, pintacaras y carapintadas, y hasta un kekiss, un keke en bolsa de Kiss.
Ya está oscureciendo, mucha gente alrededor. 90 soles la popular que me costó 48. Un amigo –docto en la materia de comprar entradas 15 minutos después de empezado un concierto- dice que hay que esperar que los precios bajen, mientras tanto, una ronda más de tres por diez y esperamos que les pinten la cara a otro amigo y a mi hermano. El asunto de las pintadas demora regular por la gran cantidad de gente que espera por su disfraz; así que, ya sobre las 7.30 p.m., damos una vuelta más para ver cómo están los precios. 120 soles, parece que todos se han puesto de acuerdo, y de hecho que sí, tienen celulares con los que se pasan el dato de cuanto cobrar. “Se aprovechan que la gente está algo inquieta”, nos decimos como para darnos un respiro y esperar que bajen. Cuando le contamos a los otros, la cosa se pone algo tensa. Mi hermano, que vino desde Chiclayo, está inquieto, todos lo tranquilizan: ya bajarán. En el fondo pienso, hasta 90 atraco, porque -yo de buena gente- le ofrecí regalarle la entrada a mi hermanito por su último cumpleaños. Al parecer ya empezó Leucemia, se escucha algo de bulla. Hay más gente que hace un momento, siguen llegando, las colas para las pintadas de cara están alucinantes. Todos lo canales de televisión están presentes, a mi hermano lo graban en plena pintada los de Enemigos Íntimos y le preguntan un par de tonterías. Ninguno de nosotros lo verá. Que llame a mi mamá para que lo grabe, me dicen todos. “No logro comunicarme” les respondo con celular en mano (en realidad ni lo intenté). “Fácil que entre tanto material ni lo sacan.” Creo que le estamos dando tanta importancia a estas tonterías porque en el fondo tememos no encontrar entradas. 8.20 pm, caras ya pintadas, colas interminables para entrar, revendedores sin entradas populares, hasta que encontramos uno: 150 cada una y solo tengo tres.
Se acerca la hora del show, 9 p.m. Todo es festivo alrededor, cada vez hay más gente, ya empezaron las rebajas: polo más chela 13 soles. Pintada de cara más polo, 15 soles. Los kekiss volaron, y una señora se pirateó la idea: panes con pollo a sol cincuenta y en las bolsitas blancas ha puesto con plumón y letra estrafalaria KISS. La gente grita, corre, las colas en vez de reducirse crecen, ya perdí las esperanzas de pagar menos de 100 soles por la entrada de mi hermano, pero queda una posibilidad: “que empiece el show y van a ver como bajan”, dice el amigo de mi hermano. Uno de mis amigos me dice, “vende tu entrada a 150 y nos invitas un trago en el Queirolo”. Los demás lo abuchean, no quieren darse pon vencidos. La idea no me parece nada despreciable. Mi hermano, ayudado por el alcohol que ha tomado, está más ansioso aún, buscando culpables del ya casi evidente fracaso de la noche. Los demás, nos tomamos las cosas con calma, si se puede chévere, sino, normal. Pucha, yo quería entrar, ummm, ¿si me hago el molesto, y digo que me voy a casa, pero entro? No, no sería capaz de hacerlo, no soy capaz de hacerlo. Mi hermano sigue jodiendo...
Veo mi celular, y ya son 8:59 p.m. Les voy a comentar -entre puro revendedor que quiere comprar las entradas que te sobran- que ya son las nueve, cuando se escucha una explosión, miramos al estadio, y la bulla es evidente, acaba de empezar el espectáculo. “¡Qué puntuales!”, digo. Mi hermano está insoportable, sus amigos tratan de tranquilizarlo. Mis amigos ya están alucinando lo que harán con el dinero de la entrada que venderé. Y yo... ¿y yo? No sé qué pensar, no sé qué hacer. Las colas siguen interminables, al combo del polo y chela le han agregado un "pancho". La fiesta sigue afuera, pareciera que nadie a entrado al estadio, hay demasiada gente, muchos como nosotros, sin entradas, ya tiraron la toalla, están cheleando, 9:15 p.m., los revendedores siguen buscando entradas para comprar, le pregunto si tiene de popular: sí, 180 flaco, me responde. "Vámonos" dicen mis amigos, los demás asienten, miro a José, y veo su cara de frustración, de tristeza, de pena, "¡mierda!" me digo a mí mismo, saco la entrada, y se la doy, "entra" le digo. Mi relación con él nunca ha sido buena. Si bien el alejamiento ayuda a que nos llevemos mejor, las cosas siempre son complicadas. Ver como cambió su rostro me hizo sentir bien, no creí ser capaz de generarle tanta alegría. Me abraza, y le digo "métete antes de que me arrepienta, lo que tienes en tu mano vale casi 200 soles". Desaparece. Miro a los otros, y les pido que no me digan nada. Solo que me sigan. Las explosiones en el estadio seguían, la algarabía afuera seguía, el tipo vendiendo la última entrada popular que le quedaba a 180 seguía, el mundo seguía... sin importarle que yo estuviera afuera cuando en el fondo creía que lo justo era que estuviese dentro.
Me siguen, subimos a un taxi, y nos vamos al Mavery, un agradable lugar donde se come buenas pastas y una empanadas exquisitas. Y bueno, todos nos miraban gracias al carapintada. Empanadas, pastas y vino. La velada fue muy agradable, con conversaciones interesantes, bromas por doquier y brindis vanos. Al borde de la medianoche damos por terminada la noche. Al salir, nos despedimos, uno a uno fueron tomando sus taxis hasta quedarme solo. Estaba a una cuadra del malecón de La Marina, así que crucé la Av. Del Ejército y llegué hasta un solitario mirador que ha sabido escucharme en múltiples ocasiones.
La noche estaba fría y una melancolía incomprensible me estaba invadiendo. No había una copa de vino que acompañe. No había una taza de café. No había siquiera una coca-cola helada. Lloré por un rato celebrando mis fracasos. Las olas iban y venían sin cesar. Los luces de los carros pasaban a toda velocidad. La cruz de Chorrillos estaba más luminosa que nunca. Se me acerca un sereno, me pregunta si estoy bien, le respondo que sí. Me queda mirando, me incomoda un poco. “Mira amigo, si estás triste no es una buena idea que estés acá, tú sabes, la gente siente la tentación de tirarse”, dice mas incómodo que yo. “Gracias, chau”, le respondo. Acaba la noche para mí.
J^P