Tenía once u doce años. A esa edad era un chibolo enamoradizo; me enamoraba de cualquier colegiala que se me cruzara en el camino y me pareciera simpática; hasta universitarias me hicieron caer en sus redes. A esas alturas ya habían pasado (por mi imaginación, claro está) un par de hermanas que se subían conmigo en la veintiuno, cuando iba a mi colegio que quedaba en Magdalena (hasta cuarto de primaria), también se encontraba la vecina a la que nunca podía hablar y de quien siempre entraba a su quinta, castillo medieval que nuestros ojos veían, por lo lúgubre y largo de sus pasadizos y la poca iluminación que tenía. Recuerdo que era la flaca más simpática del barrio, y lo único que atinábamos con los manganzones de mi cuadra, era a hacerle la guardia para verla salir y quedarnos prendados como babosos al verla pasar. Ni siquiera Katy, la primera “enamorada” que tuve oficialmente a los once años, pecosa ella, vecina del callejón del costado, y que sin dudarlo era guapa, podía llegarle a la cintura. Pero había un pequeño detalle, ella, la inalcanzable, la culpable que nuestras lenguas se trabaran y los nervios nos atacaran con furia cada vez que la veíamos tenía el cabello (porque se dice cabello, jamás pelo) castaño claro, clarísimo…casi…rubio. Hasta entonces, mi atracción por el blondo color de cabello era natural, me llamaba la atención como cualquier cabellera natural. Sin embargo, poco a poco, el amarillo reflector de esas cabecitas fue llamándome más la atención. El clímax de esta atracción se dio un verano, donde ya venía, desde hacia varias estaciones atrás a disfrutar del calor y el sol, tumbado al lado de la piscina a la que el trabajo de mi mamá nos daba derecho de utilizar. En ese espacio hice muchos amigos, pero recuerdo en especial a aquella chica rubia. Su piel blanquísima, enfundada en su traje de baño celeste, y por la espalda, colgando cual Rapunzel, su trenza dorada que le llegaba casi a la cintura, larguísima. Peinarse de aquella forma hacia que su cabellera se estrujara contra su cabeza, dándole un aire poco menos que majestuoso, casi una reina, una reina bávara, una zarina rusa, y no andaba lejos; su nombre, Olga, delataba que algo de las frías tierras siberianas traía.
Al comienzo la veía de lejos, dos años tuve que soportarme a mí y la insoportable levedad de mi timidez para decidir dirigirle algunas palabras. Sin embargo, en el tercer año, algo pasó, un tufo de valor asomó en mi y cogí lo suficiente como para decirle un día…”Hola”. Allí empezó todo, pareciera que las cosas se volverían más sencillas, más fáciles, más bonitas…pero no. Ella se había mostrado bastante amable y hacía gala de buen humor, era una niña preciosa, y sin embargo sentía que no pasaba de la línea de la amistad. La irónica, sarcástica y hasta a veces odiada amistad. Pasaron los días, no seguíamos viendo y nadando juntos, yo estaba en la gloria, no podía ver más allá de lo que lo evidente (para las chicas) era. Y nunca falta aquella arpía, aquella pequeña cizañoza que por el solo motor de joder resultan metiéndote en un embrollo o simplemente dejándote en evidencia. Y así me pasó a mí.
Estábamos en la piscina que, como siempre, teníamos libre después de las clases un par de horas antes que nos recogieran. No recuerdo que le había hecho a ella, otra amiga, cómplice, pata, pero la había molestado y me amenazó con delatarme en frente de mi rubia debilidad, seguro le gustaba, casi siempre a esa edad, cuando te joden también es un indicativo de que le gustas a alguien (y ahora que lo pienso, hasta ahora también). No le creí. Craso error. Cuando estaba en la piscina, a un lado, vi que se le acercaba, pero no la creía capaz de venderme de esa manera, solo cuando me lanzó esa mirada, antes de llegar a ella, esa mirada que dice “te jodiste” y su sonrisa maliciosa, supe que estaba decidida a hacerlo. Recuerdo haberme aventado al agua, tratar de llegar lo antes posible donde ellas se encontraban, mi blonda debilidad estaba apoyada dentro del agua, a un lado conversando con unas amigas (¡Dios! ¡Lo iba a hacer frente a público femenino!), pero llegué tarde. “Dice Jorge que tu le gustas”. Me encontraba a medio camino cuando escuché esas palabras. Helado, petrificado, me comenzaba a hundir y pensar en ahogarme en el metro y medio de piscina que tenía debajo de mí. Pero lo que vino después fue peor, rodeada de las risitas burlonas de sus amigas (regias y rubias como ella), volteo a mirarme de pies a cabeza, o lo que pudiera salir bajo el agua, y con la mirada más fría y el tono de voz más calculador que podía recordar hasta entonces, lanzó un despectivo “a mi no” que terminó de sepultar mi pequeña y desapercibida imagen. Lo siguiente que recuerdo es a mi sumergiéndome en el agua, buceando al otro extremo de la piscina y saliendo a esconderme donde nadie me encontrara hasta que llegaran por mi. Silencio. A partir de ese día decidí que nunca más volvería a enamorarme de una mujer rubia, y hasta hoy lo he cumplido (Salvo Helen Hunt y Scarlett Johanson que caen en la categoría de diosas). Hoy ando mariconamente feliz al lado de mi Negrita.
Al comienzo la veía de lejos, dos años tuve que soportarme a mí y la insoportable levedad de mi timidez para decidir dirigirle algunas palabras. Sin embargo, en el tercer año, algo pasó, un tufo de valor asomó en mi y cogí lo suficiente como para decirle un día…”Hola”. Allí empezó todo, pareciera que las cosas se volverían más sencillas, más fáciles, más bonitas…pero no. Ella se había mostrado bastante amable y hacía gala de buen humor, era una niña preciosa, y sin embargo sentía que no pasaba de la línea de la amistad. La irónica, sarcástica y hasta a veces odiada amistad. Pasaron los días, no seguíamos viendo y nadando juntos, yo estaba en la gloria, no podía ver más allá de lo que lo evidente (para las chicas) era. Y nunca falta aquella arpía, aquella pequeña cizañoza que por el solo motor de joder resultan metiéndote en un embrollo o simplemente dejándote en evidencia. Y así me pasó a mí.
Estábamos en la piscina que, como siempre, teníamos libre después de las clases un par de horas antes que nos recogieran. No recuerdo que le había hecho a ella, otra amiga, cómplice, pata, pero la había molestado y me amenazó con delatarme en frente de mi rubia debilidad, seguro le gustaba, casi siempre a esa edad, cuando te joden también es un indicativo de que le gustas a alguien (y ahora que lo pienso, hasta ahora también). No le creí. Craso error. Cuando estaba en la piscina, a un lado, vi que se le acercaba, pero no la creía capaz de venderme de esa manera, solo cuando me lanzó esa mirada, antes de llegar a ella, esa mirada que dice “te jodiste” y su sonrisa maliciosa, supe que estaba decidida a hacerlo. Recuerdo haberme aventado al agua, tratar de llegar lo antes posible donde ellas se encontraban, mi blonda debilidad estaba apoyada dentro del agua, a un lado conversando con unas amigas (¡Dios! ¡Lo iba a hacer frente a público femenino!), pero llegué tarde. “Dice Jorge que tu le gustas”. Me encontraba a medio camino cuando escuché esas palabras. Helado, petrificado, me comenzaba a hundir y pensar en ahogarme en el metro y medio de piscina que tenía debajo de mí. Pero lo que vino después fue peor, rodeada de las risitas burlonas de sus amigas (regias y rubias como ella), volteo a mirarme de pies a cabeza, o lo que pudiera salir bajo el agua, y con la mirada más fría y el tono de voz más calculador que podía recordar hasta entonces, lanzó un despectivo “a mi no” que terminó de sepultar mi pequeña y desapercibida imagen. Lo siguiente que recuerdo es a mi sumergiéndome en el agua, buceando al otro extremo de la piscina y saliendo a esconderme donde nadie me encontrara hasta que llegaran por mi. Silencio. A partir de ese día decidí que nunca más volvería a enamorarme de una mujer rubia, y hasta hoy lo he cumplido (Salvo Helen Hunt y Scarlett Johanson que caen en la categoría de diosas). Hoy ando mariconamente feliz al lado de mi Negrita.
8 comentarios:
Pucha que roche!!!
Sorbeme piscina! Un "tragame tierra!" estaria fuera de contexto jajaja.
Tambien prefiero los cabellos y los ojos obscuros. A los rubios no les he encontrado la gracia, ni siquiera a brad pitt, con el perdon de las fans.
Gracias vida! Excelente regalo cursi el corazón!!
Perdonen la desaparición. Vuelvo, vuelvo...
Espero que hayan tenido buenas semanas, excelentes comienzos de año... mejores perspectivas.
Saludos,
Las rubias tampoco me gustan, pero en mi caso es un tema estético más que nada.
Ahora, me identifico con la historia, y es que así fuera rubia, peliroja, morena, china, chola, la respuesta era una constante: "a mí no"
Ya hablar de los agravantes -como que la respuesta se diera delante de una jauría de chiquillas que solo saben joder- es otro tema.
Ah, y esas dos rubias son la mejor excepción que la regla pudo tener.
J^P
supongo que "confesaré", porque me sentí identificada con tu blonda (anti)heroína y me siento obligada a defenderla.
bueno, no es que me haya pasado a mí, así, tal cual. en el cole no tenía pasta de tener admiradores secretos (siempre he sentido que más bien era todo lo contrario), al menos no que yo sepa.
sucedió, sin embargo, que en 6to, luego de faltar los primero 46 días de colegio (primero por hepatitis a y luego 5 días por una tal fiebre asiática) me sentaron junto a M en cierta clase, para que me ayudase a ponerme al día (por alguna razón ese fue el único curso en el que realmente me atrasé; para los demás me traían las tareas).
M. y yo éramos amigos, y nos llevábamos bien hasta que algún día, las chicas de mi clase, supongo que queriéndome fastidiar aparecieron con un "¿sabías que le gustas a M?" DEMONIOS.
¿cómo rayos le podría gustar yo a M? ¿por qué, si éramos amigos? ¿qué le pasaba?
no sé si a él le pasaba algo, o si realmente le gustaba. la cosa es que yo no quería gustarle, porque no quería que dejase de ser mi amigo. empecé a pelearme con él, a fastidiarlo, a ser pesada.
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no sé si logré mi cometido porque, como dije hace un rato, no sabía si realmente le gustaba o no. sólo sé que mi actitud y su carácter llevaron a que nos llevásemos no demasiado bien durante la secudaria y algo peor entre III y V. a pesar de que estábamos en el mismo grupo de amigos, no podíamos evitar pelear.
felizmente, para mí, el colegio acabó y llegó la algo más racional universidad.
somos amigos de nuevo y eso es genial. lo mejor (aunque a veces lo siento como una carga) es que él ha olvidado que en 6to nos sentaron juntos.
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¿qué habrá pasado por su cabeza, la de la blonda del relato, me pregunto?
ale, prefiero dejarlo en la dulce duda...
aLexandra, ¿nunca le preguntaste si fueron ciertos lo rumores?
J^P
por lo general esos rumoros no son falsos y suelen ser bien fundados.
nooo...
prefiero que seamos siendo amigos... una nunca sabe qué le pueda llegar a pasar por la cabeza :)
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