No recuerda muy bien como llegó hasta este jolgorio. Está fascinado con todo lo que ve alrededor, y más aun con su anónima presencia, gracias a la máscara y disfraz que lleva. Casi todos lucen un atuendo que esconde sus identidades, algunos más elaborados que otros, algunos más reveladores que otros, pero este espectáculo lo hace sentirse en un universo paralelo.
Ya hacia unas semanas que había abandonado totalmente el mundo que la sociedad ha construido para los hombres y solo se dedicaba a realizar esas cosas que siempre quiso y nunca pudo hacer. Ir a una fiesta de disfraces, claro está, disfrazado, estaba en su lista; y la Noche Veneciana en La Punta era la mejor opción. Una recreación que, había escuchado, era fantástica; en la que los disfraces se leerían como la excusa perfecta de ser el héroe que nunca fue.
Estar tras una máscara, emulando ser cualquiera, podría hacer que aflorara en él personalidades que lo divertirían en extremo. Si bien su ornamenta era algo neutra, se había esforzado -casi sin darse cuenta- en crearla exquisita, digna de admiración. Me tocaría acá describirla, pero deshonraría la memoria de nuestro personaje, ya que lo que menos que quería era que lo observaran. Cosa que está logrando mientras se pasea entre contorsionistas, lanzafuegos, arlequines. Nadie lo observa. Pide un vino, se lo toma lentamente mientras sigue andando sobre esta artificial Venecia.
Artificial, trivial, así es todo esto que lo rodea, exactamente igual al mundo que da vueltas allá afuera; pero con una gran diferencia: acá es así porque así lo desean todos los presentes. Acá la farsa se ha montado como el máximo elemento sobre el que reirán, bailarán, amarán, o como él, se ocultarán. No podía ser más real todo su actual entorno. No podía ser más falso el lunes en la oficina o el sábado en la cantina. Curiosidades de la vida, sentirse auténtico tras una máscara, sentirse auténtico rodeado de comparsas soñadas, sentirse auténtico sin saber quién es él mismo.
Todas estas ideas, y muchísimas otras -con las cuales podríamos armar todo un tratado ontológico- surcaban su mente hasta que un empujón (que envió la copa de vino al suelo) y unas disculpas con deliciosa voz femenina lo regresaron a prestarle atención a la carnavalesca velada. Le molestó el incidente pero la sola voz que repetía "lo siento" de modo tan gracioso hacia que toda la molestia se le vaya de inmediato. Al voltear para ver a la causante del laberinto, queda atónito ante su belleza. Sus mejillas sonrojadas, un antifaz que cubría sus ojos, piel nívea, cabellos a la altura del hombro con una caída tímidamente ondulada, y un vestido que ofrecía unos generosos senos, ah, y abundantes pecas sobre su pecho terminaban de adornar a esta damisela. En otras circunstancias, a estas alturas del encuentro, nuestro personaje ya hubiese huido de la escena, pero lo único que no quiere dejar de hacer es observar a esta chica que simulaba ser, acaso, una princesa del siglo XVIII.
Ella habla, él la observa, ella insiste con las disculpas, él la observa, ella le dice su nombre: Vannina, él la observa, ella le ofrece reponer la copa de vino, él la observa, ella le jala del traje, él la observa, ella lo guía hasta el primer puesto en donde encuentren el elixir de Baco, y -ya lo sabemos-, él la observa.
Ya con las copas en mano, Vannina sugiere hacer un brindis. Un pequeño silencio -producto de unos segundos en los que ella ordena sus ideas para decir las palabras precisas- y la voz del enmascarado pronuncia un "por ti" que ninguno de los dos esperaba. A través del antifaz se pudo observar como sus ojos se sorprenden, sus mejillas vuelven a adquirir ese color rosáceo que a él le había encantado la primera vez. Sonríe iluminándolo todo, y hace notar que ya había perdido la esperanza de escucharlo, además de parecerle injusto un brindis solo por ella, y proponiendo hacerlo por ambos. Él acepta la propuesta, toman el primer sorbo mirándose a los ojos. Rieron como locos, una complicidad estaba naciendo, ¿hasta dónde llegaría?
Ambos están a la expectativa de lo que dirá el otro. Vannina, se adelanta y -como estudiando reacciones- afirma haberlo, en este pequeño lapso de tiempo, sorprendido en más de una ocasión con la mirada en su escote. Ríe ella, seriedad en él. Quiso hacerlo sonrojar también, pero fue ella la que lo hizo una vez más. Entonces, él aprovecha la situación y le dice que no más veces de las que se ha quedado disfrutando sus mejillas. Risas, más risas, empieza el coqueteo. Ambos han venido por cosas diferentes a esta Noche Veneciana, sin embargo ambos están conformes con el resultado.
Y es que -en el caso del protagonista-, ella lo está ayudando a aislarse más. Mientras caminan, mientras beben, mientras ríen, mientras se conocen, el bullicio poco a poco va desapareciendo, las comparsas se están convirtiendo en coloridas estatuas, esta fantasiosa Venecia se convierte en un pequeño Edén.
Se dicen sus verdades, se ocultan sus certezas, y no lo pueden creer, están felices, y lo mejor, el entorno se está envaneciendo. Nadie los observa, y es que para ellos ya no existe alguien alrededor. Las palabras, el vino, la brisa, las ansías están convirtiendo a esta velada en una noche inolvidable. Él le dice que quiere perderse en sus montes, ella que quiere besar cada milímetro de su desconocido cuerpo. Pero si ni siquiera se han visto el rostro, ni siquiera sus labios se han encontrado, ni siquiera se han tocado la piel, y ya están elucubrando el éxtasis de estar juntos. Son las palabras dice él, es el vino dice ella, tal vez la brisa replica el primero, somos nosotros sentencia Vannina. Y ella tiene razón, son ellos, porque ya a estas alturas no existen los otros, no existe el sonido, no existe el carnaval, ya ni siquiera se les ocurre pensar en lo que pasa alrededor, ellos son el universo, solo ellos.
Con esta única certeza, se ponen frente a frente, solo con sus miradas saben que es el instante en donde empieza la corporalidad de todos los excesos que han cantado hasta hace unos segundos. Ella se dispone a sacarse el antifaz, él hace lo mismo con su máscara, cierran los ojos, ya sin caretas se disponen a abrirlos y en el pleno instante que lo hacen una luz cegadora los desconcierta. "La pareja de la noche" gritan los parlantes.
Él buscaba desaparecer. Encontró en ella la cómplice perfecta. Esa perfección la percibieron las 400 personas que los rodeaban. ¡Qué ironía! Cuando se sintieron únicos en el mundo, totalmente aislados, todos los miraban, todos los aplaudían, todos los admiraban.
J^P