Volteé un día, y solo vi a mi amigo, mi compañero, el que andaba a mi lado en las buenas en las malas, y le propuse una fuga aventurera y guerrera. Sin pensarlo me dijo ya. Solo ponía unas cuantas condiciones, debería hacerle un súper mantenimiento antes que nada, y si podía, cambiarle las llantas. El súper mantenimiento de ley era necesario, pero para las llantas ya no había presupuesto, así que lo tuve que convencer que las que tenía más la de repuesto eran suficientes. La emoción me ganaba y comenzaba a hacer planes mucho tiempo antes de que fuera a terminar el año. Ya antes había salido de Lima, tanto con el vocho como con los carros de los trabajos donde estaba, pero nunca había manejado tan lejos, nunca había manejado tanto tiempo en la carretera y el simple hecho de hacerlo en el fiel bólido le daba un toque especial, algo íntimo.
Cargamos al bólido, las cosas listas para un escape de una semana fuera de Lima, en realidad no mucho, el destino era la playa y si en realidad quería escapar no necesitaba de muchas cosas, mas que ganas para relajarse.
Kilómetro 198, nos detenemos por gasolina, el recorrido lo hemos hecho en casi tres horas y el carro se ha portado bien hasta entonces. Preguntamos por un lugar donde desayunar y nos recomiendan un huequito en la carretera, más adelante, casi a la salida de la ciudad. Nos dirigimos hacia allá y terminamos con el opíparo desayuno con el apetito voraz de los viajantes.
Salimos de Chincha, son las 8 y media de la mañana, y la siguiente parada está programada para Ica. Ya había hecho el viaje antes, por el Google Earth (adoro el Google Earth) y tenía todas las paradas programadas y tiempos estimados de llegada. Llegamos a Ica alrededor de las 10 de la mañana, media hora más tarde de lo que había pensado pero dentro del rango de tiempo suficiente para completar el viaje a tiempo. Decidimos quedarnos por ahí un rato, a dar una vuelta. Encontré la ciudad mucho más cambiada de lo que la recordaba, después de diez año le cambió la cara mucho. Recuerdo que la última vez que estuve por acá vine siguiendo a Agua Marina en su concierto que dio para la vendimia del ’99. Esa vez nos pegamos tremenda y soberana bomba, que hasta ahora recordamos con los cómplices de aquel viaje (un abrazo para Eli y Rosita). Mi sorpresa fue grande y agradable cuando encontré un Tottus donde estacionar el vocho, y sobretodo, encontrarle sombrita para que no se recalentara. A esas alturas del viaje tenía ya en mi cabeza rondando la recomendación de mi tío, sobre tener cuidado que el carro no se calentara y que tratara de viajar lo más temprano posible para evitar que el sol de medio día me agarrara en pleno desierto. Tarde, ya era tarde. Un par de gaseosas y un libro de cuentos para el camino de Marce y estabamos nuevamente en la carretera, saliendo de Ica a las once de la mañana, tomamos un desvío que atravesaba la ciudad y casi me confundo y doy la vuelta en U pensando que me había hueveado de ruta, pero no, felizmente, después de quince kilómetros de avanzar por la carretera, pude comprobar que me hallaba en la ruta correcta (en todos los sentidos). Salimos de la ciudad, y entramos a la pampa, la ruta hacia Nazca. Mucho mejor que la fría pantalla de la computadora.
Los 50 kilómetros se hicieron sin problemas, hasta me di el tiempo de parar a tomar un par de fotos en el camino. Seguíamos avanzando por la ruta, dejando atrás a otro tombo que nos detuvo por las puras arverjas y las pampas pasaban y volvían a comenzar. A lo lejos, casi al final del desierto, pude distinguir un valle, unos cerros encontrados con rumbo a la costa y la altura que debíamos pasar antes de llegar a la tierra de las líneas dibujadas. “Palpa” pensé, mi tía me había hablado que tuviera cuidado con la variante, y un amigo me comentó sobre la ruta y lo difícil que se pone, sobretodo si un volquete se le ocurre taparte el camino y no dejarte avanzar, porque ni siquiera hay facilidad para adelantar por lo cerrado de sus curvas. Felizmente no tenía a nadie adelante y la variante la hice sin problemas, pasamos delante de la cara del Inca y quince minutos después de haberla empezado, estábamos saliendo del serpentín. “pensé que sería peor”, pero el vocho sigue respondiendo y con creces. Pasamos la variante y llegamos al pueblo, a la izquierda veo el desvío hacia el reloj solar pero arrugo, son casi la una de la tarde y aun no hacemos la ruta de Nazca a Tanaka, la parte que más me preocupa, y a medida que el día avanza, me preocupa más, hasta el momento ya tuve oportunidad de comprobar que los vientos del sur no son nada subestimables y que, a pesar de no habernos cruzado con ninguna paraca, si lo hicimos con un pequeño remolino que justo atravesó la carretera cuando pasábamos y que yo casi jugando quise cruzarlo, pero me movió toda la carcocha. Paramos y por recomendación de mi prima Jandi buscamos los camarones, lo mejorcito del menú palpeño, mi madre se pide su chupe de camarones, yo mis camarones al ajo y marcelo…su pollo a la plancha (¡plop! Algún día aprenderá a comer, es mi esperanza). El pueblito es chico, pintoresco, a la salida de la variante y se desarrolla a ambos lados de la carretera, no tendrá más de diez cuadras de largo y cinco hacia cada lado. Terminamos el almuerzo, nos comemos unas cremoladas espectaculares y volvemos a la vía. Salimos por las chacras, avanzamos una media hora y llegamos a Nazca. Buscamos a mi primo, pero anda ocupado en la chamba y mis sobrinos están con su mamá en casa de los suegros, ni modo, los visitaremos de regreso. Salimos de Nazca, ya son casi las tres y cuarto de la tarde, ni modo, a enfrentar el viento sureño. Y nada más cercano a la realidad. Apenas entramos al último tramo de pampa que nos toca atravesar, cuando el ruido del viento comienza a colarse por todas las rendijas del vocho “¿qué kilómetro dijo Jandi que era Tanaka? ¿535? Será pues…marce, en que kilómetro vamos?” “420, coco” mmmm…115 kilómetros, una horita y media, bueno, el último tramo empieza. ¿horita y media dije? Horita y media pero a 80 o 90 que es la velocidad crucero del vocho…¡no a los 60 que me obliga a ir el viento! Que bestia, será que el vocho no tiene mucha estabilidad, por lo mismo de su diseño, pero no puedo pisar a fondo, mejor dicho, trato, pero el viento está soplando muy fuerte en contra y no me deja avanzar más allá de los 60 o hasta 65 que a veces me permite (con suerte en algunos tramos de bajada llego a los 70), ni siquiera el empuje de los ómnibus que te pasan o vienen en sentido contrario me parecen tan cosa seria como esto, una cosa es que te lo cuenten y otra que lo vivas en carne propia…¡nada mejor! Al lado de la pista se despliega la pampa, ancha, larga, mi horizonte se pierde, no diviso donde se acaba para comenzar el mar, no importa, mi destino está más adelante. Pero algo me llama la atención, a lo lejos sobre el horizonte, se ve un espectáculo hermoso, 5 o 6 tornados, tornaditos de arena, se levantan y bailan cual odaliscas. Están muy lejos para que se crucen en el camino, pero eso no me quita la inquietud de pensar que pueden aparecer más adelante más cerca de la pista. No importa, la compañía de este grupo me distrae un poco y no deja que piense que estoy avanzando lento y no voy a llegar temprano a mi destino. En realidad el destino no importa (o sea, si, el tiempo que pasaré descansando y celebrando mi cumpleaños treinta y dos, pero esa será otra historia), la aventura del viaje paga mi esfuerzo y expectativa. La hora y media de viaje se transforma en dos, y cuando llego al kilómetro 535, me doy con la sorpresa que Tanaka está en el km 581…50 kilómetros más adelante…¡pucha, que tal tripa desde Nazca hasta acá!
Llegamos cerca al final del camino, puedo reconocerlo porque la duna comienza a apoderarse de la carretera, también lo había previsto, desde hace unos años del mar comienza a salir un viento que arrastra arena, cuenta mi prima, y lo que antes era un cerro rocoso, saliendo del valle de Yauca, se ha convertido en una inmensa Duna cubierta por toneladas de arena, que acaparan parte de la pista, tanto, que hacen que el carril de ida, por donde ando, tenga que confundirse con el destapado carril de venida, por donde viene tremendo trailer en sentido opuesto. Me pego a un lado, tengo que hacerlo sino el trailer adorna la pista conmigo. Pero ya casi llego, tomo la última curva y el letrero dice: TANAKA. Llegaste vochito, otra vez lo hiciste, ahora, a descansar, y tu también.
Epílogo: Tanaka, sol, arena, uno de los mejores ceviches mixtos que he probado, playa donde no podíamos meternos porque terminábamos enarenados por el viento. Al día siguiente descubrimos que la gente allá se baña en unas pozas que se forman en las peñas y que hacen de piscinas naturales. Una maravilla más de este mi maravilloso país. Los días siguientes fueron de paz y tranquilidad, no había televisión, no había teléfono, el celular llegaba con dificultad, así que nadie podría joderme y yo no jodería a nadie. El año nuevo también fue muy bueno sin querer queriendo, había planeado dormir temprano y pasar un año nuevo tranquilo, sin embargo, la juerga que se armó con mis primas y todo el pueblo de Tanaka fue muy…relajante. Hay que destacar que el vocho sin querer queriendo llegó hasta Chala, al Km 620, porque no había lugar más cerca donde echar gasolina, así que su prontuariado recorrido se ha visto incrementado de manera considerable luego de este viaje. De regreso salimos temprano nuevamente y ya no nos topamos con ningún viento ni ninguna paraca, así que el carrito agarró la nada despreciable velocidad de 100 kilómetros por hora en varios tramos (los que saben de vochos, entenderán que es una velocidad nada despreciable) lo que hizo que llegaramos a Lima mucho antes de lo pensado, con una parada técnica en la playa de Pasamayito. Siguiente trip: aún tengo intención de subirlo a Huancayo.