El sol habìa pasado el cenit, era media tarde. El calor abochornaba y las pequeñas luces se iban mostrando en su cabeza, a manera de fugaces vistazos, le daban la certera impresión de haber pasado antes por acá. El camino de tierra lo recordaba, y ahora que andaba nuevamente sobre él, al lado de la serpiente de agua que acompañaba su recorrido, miraba por encima de su cabeza.
Yo te he visto antes. Subías el monte, las piedras del camino te botaban al lado, avanzas y levantas el polvo. Detengo la marcha sobre la puerta oxidada, cerrada, la cadena atravesada impide el paso. La empujo. Corre sobre su enroscado cuerpo y cae pesadamente al suelo, alguien se olvidó de echarle llave. Abro la puerta y los goznes se quejan quedamente; miro al cielo al que le quedan contados minutos azules, la mancha roja ha crecido y la maceta llena de flores marchitas me mira impávida, casi molesta, desde el lado de la lápida. Nunca te vi, solo se que estabas allí, y que algún camino del destino te llevo atravesando brechas a formar parte de la vida que encontré al final de ese tunel. El canto de la chicharra me alerta, cada vez queda menos luz, se hace tarde.
- ¿de qué murió?
- de viejo pues
- ¿y dónde vivió?
- por abajo, del camino su vuelta
- ¿Y lo conociste bien?
Silencio. Volteo y me encuentro solo, como llegué, salgo, ni tiempo tengo de cerrar la puerta, solo quiero salir corriendo, la noche no deja volverse tranquilo, los difuntos salen a caminar quejándose sus penas, fastidiando al caminante que retorna a casa. Acá en el monte sucede lo que no me imagino, las piedras están vivas, la tierra virgen la cuidan los espíritus de la montaña. No quiero cruzármelos.
Sin embargo, el pueblo no está muerto, muerto está su monte. Muy alto dicen, allá no se llega fácil pues. Me espera en la puerta de su casa, sentado, con sus perros ladrándome al verme llegar; avanzo despacio, pero sin temor, ellos pueden olerme y eso sería peor. Se quedan tranquilos y me abren paso.
- ¿lo viste?
- Si – le contesto.
Continúa remendando la bolsa de yute, mañana hay que trabajar, ya verás si vuelve a cargar como antes.
- pasa, y sírvete lo de la mesa.
La luz chamuscada de la lámpara me deja ver los panes sobre la mesa. Cayó la noche por completo y se oye un lamento al fondo. El maligno le llaman, pero yo creo que es más un pavo grande que anda suelto, así me lo contó la madrina, así lo conocieron quienes lo vieron y se atrevieron a retar al pájaro del chamán. Animal endiablado, si se te prende de los cabellos es capaz de arrancarte un pedazo de cuero cabezudo con las garras enormes que se extienden como apéndices desde el final de sus patas. El viejo se lo topó una vez, andaba borracho, cuentan, porque el nunca quiere hablar de eso, cayéndose por el camino, si no lo vieron los difuntos fue porque andaba más cerca al limbo que ellos mismos. Entonces lo escuchó, y en su bendita borrachera no se le ocurrió mejor cosa que remedar su alarido; el endiablado pájaro se le lanzó encima, no dejó de picotearlo en la cabeza hasta que se encontraban en la puerta de su casa, su perro salió a defenderlo, el pobre animal recibió un picotazo en la garganta y el desangre que le produjo lo mató rápido felizmente, esto le dio tiempo de echar llave y meterse debajo de su cama, el susto le quito las ganas de meterse trancas un buen tiempo, pero después siguió en las mismas, aunque ya no imitaba ni el canto de las palomas.
- mañana va a llover
- ¿cómo lo sabes?
- No lo sé, solo digo
- ¿Porque lo dices?
- Porque a nosotros los muertos la lluvia nos remueve en nuestros huecos.
Otra vez solo. Quiero bajar al pueblo, quiero rodearme de gente, pero no puedo, el miedo me congela, ni siquiera mis músculos responden el imperativo que mi mente implora.